Mis abuelos vivieron un exilio interior durante mucho tiempo. De eso no se habla me decía constantemente mi abuela. Hasta que un día, con 100 años, mi bisabuela empezó a hablar. Y fue así como conocí su historia.



Esta historia no es diferente a la de miles de españoles que pasaron por lo mismo durante la Guerra Civil, pero esta historia es mi historia.

Agosto de 1936. El golpe de estado promovido por militares, fascistas y carlistas fracasa en España y se convierte en un cruel enfrentamiento entre dos facciones profundamente antagónicas.
Pronto empiezan las represalias en ambos bandos. El revanchismo, el odio y las envidias entre familias pronto se cobran sus cuentas pasadas.

En Salamanca, una ciudad profundamente conservadora, triunfa el levantamiento.

Villavieja de Yeltes, un pueblo de Salamanca. Un día unos fascistas se presentan en casa de mi bisabuelos. Buscan a mi bisabuelo. No había un motivo aparente. No tiene por que haberlo.
Querían hacerle unas preguntas pero a estas alturas todo el pueblo sabe lo que significa eso. Darle el paseíllo. Por la noche los sacan de sus casas y al día siguiente aparecen muertos en las cunetas.
Él consigue esconderse en el sobrado. No sin oír la advertencia de aquel que llaman su líder : «Volveremos».
Esa misma noche mis bisabuelos cogen a mi abuela, su hermano, recogen todas sus pertenencias, las meten en un carro y salen de noche hacia Salamanca. Comienza su exilio.

Intento imaginar la escena. Dos adultos, dos niños y un burro, de noche por los caminos áridos, con el miedo en los huesos. Rezando para que no los vieran y poder salvar sus vidas.
Hoy miro Google Maps. Pone que el trayecto a pie desde Villavieja a Salamanca son 17 horas. Por carretera. En aquella época, yendo por caminos no creo que tardaran menos de dos días.

Acampando al raso, cansados y a pesar de ser Agosto, con el frío de la noche castellana. Finalmente llegan a Salamanca. Se establecen en un frío piso de madera en la Calle Varillas.
Yo aun puedo recordar el crujir del suelo al caminar por allí. Han salvado la vida.

Allí les llegan noticias de Villavieja. Varios conocidos han muerto. Jamás regresarán.

Mi bisabuelo se gana la vida de zapatero remendón. Mi bisabuela de sastra. Hay hambre, mucha hambre. Sobreviven como pueden recogiendo las lechugas que tiran, las verduras medio podridas con las que se pueden hacer alguna sopa, robando patatas, pescado (un lujo) o lo que sea. La carne ni la huelen.
Su estrategia es muy fácil, van mi abuela (una niña) y su hermanito (7 años). Mi abuela sonriente pregunta por el precio de las patatas o de la pescadilla. Julianín, su hermanito, aprovecha a robar unas patatas o un pescado que mete bajo su camisa. Así consiguen que puedan comer toda la familia, los días que hay de comer.
Un día los cogen y les dan una paliza. Después los llevan a casa de mis abuelos. Mi abuelo les da otra paliza. Pero en el fondo sabe que es así como pueden comer. Los dos sueldos apenas dan para toda la familia.

Acuden al mercado negro, al estraperlo. Pasan la mayor parte del tiempo en el barrio chino, un barrio muy pobre donde se practica habitualmente el estraperlo y la prostitución.
Un día mi abuela vuelve corriendo a casa. Su cara irradia felicidad. Se ha encontrado una cartera llena de billetes. Para ella ahora son ricos. Mi bisabuela (pobre, pero honrada como ella solía decir) le da un tortazo que le cruza la cara. Esa misma mañana se acercan a comisaria y devuelve la cartera.
Mi abuela no entiende nada y se pasa la tarde entera llorando. Jamás volverá a ver tanto dinero junto. Para ella era la solución a todos sus problemas.

Muere Julianín. Uno de la escasos bombardeos republicanos sobre Salamanca le coge en una churrería que salta por los aires. Julianín agoniza y muere al tercer día en el hospital.

Mi abuela pronto entra a servir en una casa. Posguerra. Poco a poco la vida va pasando y mi abuela sale de la casa para ponerse a trabajar con 14 años en un taller de sastrería. Allí el dueño hace y deshace a su antojo.
Toca el culo y pellizca a las empleadas. Elige a las que quiere. El hambre hace estragos y la mayoría acepta en silencio. Un día le llega el turno a mi abuela, le toca el culo y ella reacciona cogiendo unas tijeras y poniéndoselas al cuello. Despedida.
Mi abuela vuelve a casa de sus padres llorando desconsolada. De nuevo en la calle.

Un día llaman a su puerta, de improviso, como hace años. El corazón se les encoge. Pero no todo es desgracia. Es una antigua compañera. Ha entrado a coser en unos grandes almacenes detrás del mercado Central. Ha dado sus referencias al encargado y le van a hacer una prueba.
Mi abuela entrará a coser en los grandes almacenes donde estará gran parte de su vida. Su agradecimiento al patrón será para toda su vida. «Muy buen hombre, muy buen hombre» decía de él mi abuela. Las cosas mejoran poco a poco. Lo peor ha pasado ya.